FUNDADORA - Biografía

Infancia de Delia

Cuando en el planeta nace una santa, me estoy preguntando si Dios no se permite una pequeña fantasía, algo especial para recalcar el acontecimiento o celebrar a la que, desde toda eternidad, él mismo ha escogido para que triunfe su gloria! Un nacimiento ¿no es después de todo un estallido de alegría tanto en el cielo como en la tierra?

¿¿Me quieren acompañar en mi sueño?
Pues, vengan conmigo, acompáñenme y contemplemos detenidamente el paisaje.

A través del corazón de Dios entreveo ese día por excelencia el del nacimiento de la fundadora de las Misioneras de la Inmaculada Concepción, la Venerable Délia Tétreault. Veo al Señor dialogando con su madre buscando el lugar más apropiado para el nacimiento.

Era importante ante todo que naciera en un pueblo dedicado a la madre de Dios y que fuera después una ardiente apóstol de esa Madre del Señor. María y el Señor acordaron del lugar. Además, recalcó sin duda la Virgen María como un detalle importante, Marieville está ubicada cerca de Montreal, antes llamada Ville-Marie en honor a María.

Ese mismo día 4 de febrero 1865, una nieve suave y romántica caía sobre Marieville, una nieve vellosa y ligera como copos estrellados envolviendo el campo de un manto inmaculado donde centelleaban los últimos reflejos del sol.

En ese ambiente familial de Celina Ponton, esposa de Alexis Tétreault, nacieron aquella noche los mellizos: un niño robusto Roch (Roque) tan sólido como su nombre y una niña delicada que más bien parecía destinada a una muerte prematura.

La mamá, agotada por el parto difícil gozaba sin embargo de una gran lucidez. En el cuarto adyacente se hablaba del bautismo pues en esa época, no se tardaba en llevar el niño al bautismo. El nombre del tío Juan Alix, esposo de su hermana Julia, parecía ser el hombre designado como padrino del niñito robusto. De cómoda situación financiera, él podría eventualmente, encargarse del pequeño si por acaso algo sucediese...

Inevitablemente los planes de Dios se realizan a través de los humanos que somos y a veces pueden ser desconcertantes a los ojos. Así es como la mamá vio a bien intervenir y manifestar su intención de que más bien el tío fuera padrino de la pequeña quien según opinaba, lo necesitaría más. Todos se inclinaron ante la última voluntad de la moribunda a fin de no contrariarla.

¡ Sí de veras, muy frágil era la pequeña! Con temor, la mamá apretaba sobre su corazón su pequeñita pero, ¡oh sorpresa!, es su mellizo, el pequeño Roch que la muerte lleva misteriosamente, apenas siete meses después de nacer.

La salud de la delicada madre parecía seriamente comprometida. Creyendo su fin próximo, llamó al padrino de Délia y a su hermana Julia y los suplicó adoptarán a la pequeña. Echando una mirada angustiada a su hermana Julia sentada a su cabecera, pronunció proféticamente: “No te preocupes, te ayudaré a cuidarla. ¡ Haz de ella una santa!”

Y la madre enferma se apagó dulcemente dejando a su esposo Alexis con siete huérfanos. La pequeña Delia tenía entonces sólo dos años y medio.

Como el aire de otoño dispersa de su nido a los pájaros, rápidamente se escaparon del hogar los pajarillos. El señor Tétreault realizaba con dolor que su hogar se quebraba para siempre. Él comprendió que sin el apoyo de su mujer, sólo no podría subvenir a las necesidades de los suyos con su finca. Entonces debía tomar una decisión muy grave. Como tantos canadienses franceses de aquel tiempo, él pensaba que la única manera de salir de esta triste situación era emigrar a los Estados Unidos. Salió pues, llevando con él algunos de sus hijos y encargando los otros a sus familiares más cercanos. Délia se fue a su hogar adoptivo con el tío Alix y tía Julia.

A todos los niños les gusta registrar la casa y esconderse en los lugares más asombrosos, porque así escapaban al mundo compartimentado y ordenado de los adultos. Délia también tenía sus escondites. Nada le agradaba tanto como esconderse en el desván de la casa paterna. Leía horas y horas anales de la Santa Infancia y de la Propagación de la Fe que descubría amontonados en los cajones antiguos. A veces, los hechos y gestos de los misioneros la entusiasmaban y siempre Délia admiraba mucho a los religiosos y religiosas que tenían la dicha de anunciar la buena nueva en tierras extranjeras.

Alimentada con dichas representaciones misioneras, la pequeña Délia tuvo una noche un sueño absolutamente premonitorio. Escuchémosla: Estaba arrodillada junto a mi cama y de pronto vi un campo de trigo maduro que se extendía hasta perderse de vista. En un momento dado, todas las espigas se cambiaron en cabecitas de niños; comprendí al mismo tiempo que representaban las almas de los niños paganos. Quizás la gran fertilidad de los campos en tiempo de la mies le dejaba entrever los tiempos felices de la cosecha de esas religiosas que, de antemano, habrán sembrado en las lágrimas antes de cosechar en la alegría?

Tía Julia se entregaba de lleno a la formación de Délia para darle una sólida formación cristiana y humana. Así, para conservar el espíritu de familia, no dejaba de invitar a los hermanos de Délia y a su hermana Victoria durante las vacaciones. Cuando la niña tuvo edad escolar, la confió a las Hermanas de la Presentación de María que en ese entonces tenían un convento en Marieville.

Así es como transcurrieron los años de su infancia. Crecía en un ambiente de paz serena de amor y armonía.

Trozos del libro: Délia - l'audace des frontières inconnues (Délia - audacia de fronteras desconocidas)
Autor: Yvon Langlois